martes, 12 de abril de 2011

El Tren

“Fue la primera vez que se oyó esa palabra en Macondo.
Ante el dibujo que trazó Aureliano Triste en la mesa, y que era un descendiente directo de los esquemas con que José Arcadio Buendía ilustró el proyecto de la guerra solar, Úrsula confirmó su impresión de que el tiempo estaba dando vueltas en redondo. Pero al contrario de su abuelo, Aureliano Triste no perdía el sueño ni el apetito, ni atormentaba a nadie con crisis de mal humor, sino que concebía los proyectos más desatinados como posibilidades inmediatas, elaboraba cálculos racionales sobre costos y plazos, y los llevaba a término sin intermedios de exasperación. Aureliano Segundo, que si algo tenía del bisabuelo y algo le faltaba del coronel Aureliano Buendía era una absoluta impermeabilidad para el escarmiento, soltó el dinero para llevar el ferrocarril con la misma frivolidad con que lo soltó para la absurda compañía de navegación del hermano. Aureliano Triste consultó el calendario y se fue el miércoles siguiente para estar de vuelta cuando pasaran las lluvias. No se tuvieron más noticias. Aureliano Centeno, desbordado por las abundancias de la fábrica, había empezado ya a experimentar la elaboración de hielo con base de jugos de frutas en lugar de agua, y sin saberlo ni proponérselo concibió los fundamentos esenciales de la invención de los helados, pensando en esa forma diversificar la producción de una empresa que suponía suya, porque el hermano no daba señales de regreso después de que pasaron las lluvias y transcurrió todo un verano sin noticias. A principios del otro invierno, sin embargo, una mujer que lavaba ropa en el río a la hora de más calor, atravesó la calle central lanzando alaridos en un alarmante estado de conmoción.
-Ahí viene -alcanzó a explicar- un asunto espantoso, como una cocina arrastrando un pueblo.”

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad. Ed. Cátedra, Madrid, 2005, pág. 332-333.

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